Algo iba a cambiar esa mañana. Tenía la sensación de que la llegada de un cambio en mi vida iba estaba a punto de suceder. Pero esta vez era diferente, esta vez le daba la bienvenida a Mr. Cambio, mi gran enemigo de tiempos pasados
Miraba la pizarra pensativa, observando en ella el inmenso número del aula escrito con tiza, puede que para indicar a todos aquellos “despistados” ese día que la clase dónde estaban era la correcta.
Eran las ocho cincuenta de la mañana. Impaciente, esperaba el reparto de la hoja del examen. Algo de nervios, pero pocos, muy pocos…extraño en mí considerando que era una de las situaciones que más me incomodaban en mi época de estudiante, mejor dicho, en mi época juvenil de estudiante.
Sin duda, todos estos meses de autoconocimiento, de saber reconocer mis emociones, de intentar gestionarlas gracias a todo lo que he aprendido con el coaching, me han servido para mantenerme como yo quería estar y ahora tocaba estar serena, en calma.
Continuaba observando aquella pizarra, reflexionando si iba a hacer lo correcto, si me iba a arrepentir de la decisión que había tomado. Pero una y otra vez me llegaba una sensación de plenitud, de ganas por lo que tenía que venir, por empezar algo motivante. Y esos pensamientos me llevaron a uno muy especial: “disfruta este momento, será tu último examen”.

Mi último examen… No ha sido una decisión fácil, todo lo contrario, ha sido pensada y valorada, con sus pros y sus contras. Pero lo que verdaderamente me ha dado la respuesta final fue el pensar mi “para qué”, para qué comencé a estudiar, para qué me marqué este objetivo. En aquel momento para aprender, para retarme a mi y a mi edad, demostrarme que podía afrontar unos estudios universitarios después de tanto tiempo y estar a la altura. Y lo hice, ¡vaya si lo hice!.
Fue el primer paso que realicé cuando quise darle un giro a mi vida, reinventarme después de mucho tiempo sin encontrar el camino. Tal y como escribí en mi post Reinventarse, » Reinventarse es volver a crecer, crear nuevos inicios, cambiar de vía cuando sientes que tu tren no se dirige hacia donde tú quieres» . Y esa vía, ese «para que», ahora siento que está empezando a cambiar de nuevo, un tren que avanza pero que me lleva a buscar un nuevo camino hacia otro apasionante inicio, la consolidación de mi proyecto profesional como coach.
¿Podría compaginar ambas cosas?, seguro que sí, y lo hacía, pero comencé a sentir que la inercia de mis motivaciones me iban arrastrando en un mismo sentido, al mundo del coaching. Contra más me metía en él, más salía de mis estudios universitarios… no sé, será porque soy así… una persona que cuando algo me apasiona pongo mis cinco sentidos en ello y me cuesta compartirlo con algo más porque sé que no lo disfrutaría al cien por cien…
Porque un cambio sabes como comienza pero no como va acabar… emocionante ¿verdad?. Pensar en la ilusión con la que inicias un nuevo proyecto personal, un nuevo cambio de hogar, una nueva vida en común, una nueva amistad con una conexión especial… Nuevos lugares, experiencias, personas, que llegan a tu vida para enriquecerla y enseñarte que caminar por otros caminos puede llevarte a grandes descubrimientos.
Siempre había tenido dudas, dudas por mis decisiones, por mis capacidades, por si la elección era la correcta… pero cuando la seguridad en una misma está presente y en pleno funcionamiento, esos temores acaban por esfumarse. Si puede salir bien ¿porqué pensar en que saldrá mal? y si sale mal ¿no es mejor haberlo intentado?.
Hasta no hace mucho, cuando un cambio llegaba a mi vida, mi primera reacción siempre era la de protegerme a través de una especie de tornado mental que me situaba lo más alejada posible de lo bueno que me podía aportar. He de decir que no siempre fui tan ceniza. Creo que al estar en un momento vital nada motivante acabé por activar el «modo cenizo on», escudándome tras él para hacerme sentir más segura frente a la incógnita de lo que podría pasar.
Y si además ese cambio lo debía realizar a partir de una decisión propia me costaba un mundo tomar la más adecuada, por lo que finalmente optaba o bien, por eternizar mi decisión o bien, por tirar por el camino más fácil, no hacer nada. Ya se sabe, “quién no hace nada, no se equivoca”.
Así que ante la posibilidad de equivocarme mi mente me enviaba, como si de señales de humo negro se tratasen, avisos subliminales “¿y si te equivocas?”, “¿y si no aciertas?”, “¿y si te arrepientes?”, ¿y si?, ¿y si?, ¿y si?… Y ahí entró en escena mi new version, mi nuevo yo o tomando prestadas las palabras de mi querida amiga Almudena; la «Capitana Marvel», ese yo vital y dueño de su futuro.

Porque son a esos miedos a quienes tienes que desafiar, plantarles cara y decirles en voz alta «¿y porqué no?«. Aprender a desechar futuros llenos de nubarrones y a aceptar la incertidumbre como parte de tu apuesta por lograr lo que sueñas, por lograr ser feliz.
Pero creo que, como parte del proceso, en ocasiones hay un pedacito de pérdida en nosotros, en lo que dejamos atrás. El cambio te transforma, te moldea como esa plastilina que tiene entre sus manos un niño y a la que le da nuevas formas una y otra vez. Hay que ser esas manos y lograr manejar los sentimientos que nos producen las variaciones en nuestras vidas para que no nos detengan.
Son sentimientos de tristeza por lo que hubo, necesarios e inevitables, que te muestran el significado que representa aquello que dejas atrás, algo que fue importante y valioso para ti y tu vida.
Es entonces cuando toca aceptar el cambio, ser esas manos, y afrontarlo como lo que son, nuevas oportunidades que te van surgiendo a través de nuevos caminos. Ver lo que vas a ganar en lugar de recrearte en lo que vas a perder.
Y en mi caso, un cambio que elijo dar sin mirar atrás, acumulando una bonita experiencia con la que he ganado muchas cosas: confianza en mi, aprender de nuevo a estudiar, mejorar a la hora de escribir y lo principal, absorber nuevos conocimientos y todo a una edad cercana a los cincuenta ¡que más se puede pedir!.
Salí de la universidad mirando el cielo tan espectacular que hacía ese día, un sol que comenzaba a dar muestras de que el verano había llegado para quedarse. Creo que la palabra que mejor podía definir mi estado de ánimo en ese momento era satisfacción.
Satisfacción por haber sido capaz de elegir reconociendo lo que había logrado, satisfacción por darme la oportunidad de disfrutar lo que hasta ese momento estaba haciendo y satisfacción por haberme dado permiso para decidir dar un cambio de rumbo aceptando lo que dejo y esperando con pasión e ilusión lo que está por venir…
