Algo, con lo que tenemos que aprender a lidiar las personas altamente sensibles, es con mantener bajo control una de las partes más bonitas de la alta sensibilidad y, a la vez, más problemática: la gran emocionalidad.
Una emocionalidad que, como PAS, la sientes tan apabullante que acabas creando, inconscientemente y por intuición, tu propia herramienta para poder convivir con ella: una coraza para protegerte de esa parte de tu alta sensibilidad que nos has sabido gestionar de un modo sano.
Porque, está bien cuando te emocionas enormemente por algo que te ha hecho sentir feliz, por cosas que, para otros, apenas le llamaría la atención: un cielo azul con mil tonalidades, una flor asomando entre la hierba húmeda de la mañana, una frase recién leída en un libro y que te pinza el alma… Toda esta emoción solo puede significar ¡¡que estás viva!! No me digas que no es maravilloso.
Y, también, está bien cuando has sentido pena y tristeza por alguna cosa que has visto o por alguna experiencia que has vivido. Es normal que estos días nos emocionemos y nos conmovamos en extremo por cada una de las terribles imágenes que nos llegan desde Ucrania.
Pero se vuelve problemática cuando no la sabes gestionar adecuadamente, en especial, las emociones más desagradables como la tristeza o la rabia.
Acabas anclada en un círculo vicioso en el que, tu pensamiento profundo, camina en círculos en busca de explicaciones a lo que estás viviendo y sintiendo. Es ahí cuando te sobreactivas, te saturas y, finalmente, te agotas.
Y esta tendencia, que tenemos las PAS a absorber el dolor ajeno debido a nuestra excesiva empatía, se hace incomprensible cuando no tienes consciencia de tu alta sensibilidad. Imagínate ahora, unir alta emocionalidad con tu alta empatía ¿resultado? Un estado de ánimo por los suelos si no lo sabes manejar bien.
¿Qué haces, entonces, para aliviar esa emocionalidad desmedida causante de tu bajón anímico? Pues desarrollar un mecanismo defensivo, como el de tu coraza, para protegerte.
Así me sucedió años atrás, cuando desconocía que era una persona altamente sensible y pulsaba, sin ser consciente, un botoncito dentro de mí con el que alejarme de posibles emociones que no me gustaba sentir.
Lo de construir corazas era la mío. Escudarme tras una barrera invisible con la que protegerme de emociones dolorosas y así poder huir del miedo en lugar de enfrentarme a él… alejarme de tanta emocionalidad.
Antes de reconocerme como PAS, sentía que vivía en una eterna contradicción. Por un lado, aparentaba ser una persona con el control de mis emociones, siguiendo el rol que desde mi infancia me habían transmitido: “tienes que ser una niña buena”, “no tienes que dar la nota”, “tienes que ser educada”, “no llores tanto”, etc.
Pero, por otro lado, lidiaba con toda esa emocionalidad tratando de ocultarla dentro de mí. Así que, inconscientemente y con intuición, fui construyendo mi propia herramienta con la que adaptarme, del mejor modo posible, a esa parte menos amable del rasgo (y que en aquel entonces todavía desconocía).
El ser introvertida tampoco ayudaba a expresar lo que sentía de un modo espontáneo y abierto. Así que, toda mi vida, la he pasado aparentando ser “la niña perfecta y fuerte” a la que pocas cosas le afectaban.
Y más lejos de la realidad. Porque por mucho que quieras ocultar lo que no quieres ver, sigue dentro de ti… escondido en un rinconcito preparado para salir cuando menos te lo esperas… y vaya si salió.
Fue un verano de hace unos treinta muchos años. Recuerdo, como si fuese ayer, esa llamada telefónica de mis padres. Estaban en Sevilla, acompañando mi tía, enferma de cáncer desde hacía apenas tres meses, en sus últimos momentos. Mi querida tía, mi segunda madre… me dieron la fatal noticia… y me dolió tanto que exploté en un llanto que no podía controlar…
Tanta emocionalidad contenida en mi caparazón protector que me fue imposible retenerla. Esa frialdad que transmitía se vino abajo. ¿Cómo podía ser que me partiera así? Y, en lugar de intentar comprender, volví tras mi coraza para esconderme de mi gran emocionalidad.
Ahí estaba yo, a buen recaudo tras mi zona de confort, sin traspasar límites, sin aprender a gestionar una parte de mi desconocida alta sensibilidad. Poniendo tiritas sin saber ni querer curar la herida…
Una coraza que construyes para alejarte de lo que no te gusta, de tu gran emocionalidad, que, si no la sabes gestionar, acaba por dominar tu vida y cómo te mueves por ella. Te escondes tras un escudo porque te da miedo mostrarte tal y como eres: sensible, emocional, absorbiendo el dolor de los demás, empatizando con lo que te rodea, saturándote donde otros disfrutan…
Aprendí a aceptar, a reconocerme, a mostrarme tal y como soy, sin miedo al qué dirán ni a salirme de ese rol que desde la infancia asumí. Y aprendí a conocerme y a respetar esa parte más sensible de mí que está ahí y, de la que ahora que la comprendo, me siento tan orgullosa y feliz.
Eres valiente, mi querida PAS. Solo tienes que dar el paso y dejarte llevar por tu sentir. Escucha a tu lado más sensible, sin miedo. Porque esa eres tú, una persona que vive la vida bajo el filtro de su alta sensibilidad.
Reconocer cuando tus emociones te están superando es clave para lograr convivir con tu alta sensibilidad. Trabaja en aceptarlas cuando te lleguen, procurando identificar si son tuyas o son atraídas por tu empatía.
Si son tuyas, date permiso para transitarlas y, si son ajenas, pon unos límites que las frenen, aceptándolas y soltándolas con un agradecimiento por haber estado ahí.
No puedes hacer desaparecer tu gran emocionalidad. Forma parte de tu alta sensibilidad, pero sí puedes trabajar en cómo gestionarla para lograr convivir con ella de un modo más sano.
Si necesitas la ayuda de un profesional para manejar esta parte de tu rasgo, yo estaré encantada de acompañarte como coach especializada en PAS. Solo tienes que contactar conmigo a través de mi email: coach@helgagarcia.es o enviarme un mensaje a mi WhatsApp clicando aquí
Dime, amiga sensible ¿Te has sentido identificada? Puedes compartir tu experiencia en los comentarios que encontrarás más abajo 😊