Hace un tiempo leí por la red un término que me encantó y que hacía mención al espíritu Wanderlust, o lo que es lo mismo, al espíritu viajero. Una palabra hermosa con la que me sentí identificada al reconocerme tras esas ganas locas de conocer mundo.
Siempre me he definido como una persona a la que le entusiasma viajar. Confieso que cuando se acerca el verano disfruto enormemente pensando cuál será nuestro próximo destino. Ir tachando de mi icloud mental lugares ya visitados para dejar espacio a la nueva inspiración… “¿hacia el este o hacia el oeste?”, “¿ciudad o naturaleza?, ¿frío o calor?, ¿de relax o movidito?…
Así que una vez elegido el país y en qué plan vamos a ir, toca diseñar ruta y ahí es cuando se me hace la boca agua y los ojos chiribitas al ir descubriendo y anotando todo aquello que hay de especial en el destino seleccionado ¡me encanta, me rechifla y me ilusiona por partes iguales!
Ahora todo es más fácil, con tanta información a nuestro alcance a través de la red puedes ver al instante lo que te interesa: fotos, vídeos, historia, cultura de cualquier país o ciudad… En cambio, para una mujer como yo, perteneciente a la maravillosa generación de la EGB y que ve su niñez reflejada en la época ochentera de los mismísimos protagonistas de Stranger Things, buscar información en aquel entonces suponía adentrarse en la lectura de enciclopedias, revistas, libros de viajes. Aunque también nos ayudaban las películas, series de tv o algún que otro documental. Nada que ver con la ayuda de los influencers de las redes, youtubers o blogueros explicando sus experiencias viajeras.
¿Alguien se acuerda de las antiguas cámaras de fotos de carretes con las que hacer una instantánea suponía jugársela a la ruleta rusa?. Sinceramente. ¡no tengo ninguna nostalgia de ellas! aunque pensándolo bien, era una buena manera de no obsesionarse con lograr la foto perfecta y poder admirar relajadamente el paisaje.

Que rabia daba cuando justo en el momento que querías inmortalizar un gran momento te dabas cuenta que el dichoso carrete se había acabado y tenías que sacarlo para sustituirlo por otro nuevo. O peor aún, cuando ya no te quedaba ninguno y salías corriendo a comprar más, ¡si llegabas a encontrarlos, claro!. Y no hablemos de la mezcla de nervios e ilusión que provocaba la recogida las fotos tras revelarlas en la tienda a la vuelta de las vacaciones. Siempre rezando para que la ruleta rusa no le tocase a la deseada foto de tu lugar preferido y quedarte sin esa imagen tan esperada para el recuerdo.
Ya desde bien mocosa mi imaginación me hacia tele-transportarme a países lejanos y exóticos, llenos de misterio y aventuras: Roma con sus gladiadores luchando en el Coliseo, ladrones de tumbas en el antiguo Egipto, rituales mayas en sus pirámides… Todo bajo la mirada soñadora de esa niña que esperaba algún día tener la oportunidad de poder llegar a conocer alguno de aquellos lugares.
Entre mis preferencias y siempre ocupando el primer lugar del ránking, se encontraba Egipto. La de historias que me imaginaba soñando con sarcófagos escondidos y tesoros ocultos. Tenía la esperanza de que algún día lograría ese sueño, poder conocer El Cairo, las pirámides, ver los increíbles templos… el desierto…
Pero también soñaba con otros muchos lugares: Australia, China, Japón, México, Grecia, Italia… y en especial… una ciudad alemana que ocupaba una parte importante dentro de mí, Stuttgart.
Era la ciudad que me vio nacer y que fue testigo de mil y una aventuras de unos españoles que llegaron a Alemania, como buenos emigrantes, con la fuerza suficiente para forjarse un futuro lejos de su país. No sabía cuándo, pero tenía claro que algún día iba a conseguir pasear por las mismas calles por donde mis padres, tíos, primos, tuvieron una vida allá en la década de los sesenta…
Y el tiempo pasó y fui cumpliendo todos esos sueños, agrandando la lista de realidades, agrandando ese espíritu Wanderlust a la mínima oportunidad…
Nunca se me olvidará mi llegada a Egipto. De eso hace ya la friolera de veinte años. Viajamos mi marido y yo, en aquel entonces como pareja recién estrenada viviendo en pecado y sin todavía descendencia. Fue mi primer viaje fuera de España, algo que ya de por sí me creaba una sensación especial, pero que además fuese el lugar más deseado desde que tenía uso de razón lo hacía todavía más mágico.

Lo que escondía en mi imaginación resultó explotar con aquella realidad, que ahora sí, por fin, podía sentir y tocar. Tengo un montón de imágenes grabadas en mi recuerdo de aquella experiencia, pero hay dos que me impactaron especialmente, con las que aún hoy día sigo sin tener palabras suficientes para describirlas.
El primero de aquellos momentos fue mientras atravesábamos la ciudad en plena noche dirección al hotel. A lo lejos se veía la parte superior de las famosas pirámides. Admirar aquella inmensidad hizo que no pudiera apartar los ojos… estaban allí, delante mío… por fin…
Podría estar describiendo todo lo que vi cómo si hubiese regresado ayer, pero me voy a contener y solo mencionaré el otro gran momento que para mí representó aquel viaje, el tener en frente el indescriptible y faraónico templo de Abu Simbel.

Si no me falla la memoria, habíamos llegado con el calor asfixiante del mediodía. Recorrimos unos metros y tras unas pequeñas dunas, se suponía que debía asomar lo que era el templo más famoso de Egipto. Y apareció… como si nada… majestuoso y gigantesco. Lo que sentí es difícil describirlo, quizás mezcla de alegría, asombro, respeto…
Creo que ni los 50ºC a la sombra, ni la sensación de estar dentro de un horno, ni la charla interminable del guía delante de la entrada, me hicieron dejar de admirar todo aquello. Solo tenía ojos para esas cuatro colosales y gigantescas figuras que presidian el templo, oidos para escuchar únicamente el silencio que me producía estar en el desierto delante de aquello.
Y así fue como taché de la lista de sueños mi primer gran viaje. Sonrío al ir escribiendo este post porque poco me podía imaginar en aquel entonces la de viajes que me echaría a mis espaldas a partir de ese momento, cumpliendo gran parte de mis deseos. Sin mencionar que iba a tener dos proyectos vitales en países que ni se me hubiesen pasado por la imaginación.
“Abre los ojos” me dijo una buena amiga antes de uno de mis viajes. No es que no tuviera antes esa mirada abierta, pero sí que había momentos, en según que viajes, que me dejaba llevar sin observar a mi alrededor, quedándome en lo superficial. Un buen consejo que me hizo reflexionar sobre la importancia de sentir lo que ves en cada nueva experiencia.
Porque comprender otra cultura solo lo puedes hacer si te alejas de la mirada etnocéntrica con la que llegamos todos los turistas a un nuevo país. Aceptar que no hay ninguna mejor ni peor, que todas son como esa sociedad la ha querido transmitir, con sus tradiciones y costumbres.
Hacer los sueños realidad, dicen, te da la felicidad. Y doy fe. Alegría y emoción podría definir lo que sentí en el momento en que, junto a mi padre, mi hermano y mi prima, llegamos a la calle Klagenfurter, número 17 en el barrio de Feuerbach, Stuttgart. Fue como si el tiempo se parara, como si todas aquellas historias que nos habían contado a los más pequeños cobrasen vida en aquel mismo instante. Tantas y tantas horas que pasamos oyendo, en las reuniones familiares, las mil anécdotas vividas allí por parte de mis padres y mis tíos en sus años de emigrantes.

Poder conocer al fin la ciudad donde nací… y hacerlo con parte de la familia fue extraordinario. La recorrimos de arriba abajo, todos sus rincones, mientras mi padre nos iba describiendo aquellos lugares que le eran familiares. Cuarenta años sin volver son muchos años para recordar y para comprobar como cambia una ciudad. Pero daba igual, estábamos allí.
Otro sueño que se cumplió, que me hizo feliz…
Hace apenas unos días que he regresado de mi último destino vacacional, Vancouver y las Montañas Rocosas de Canadá. Vuelvo con la maleta llena de imágenes maravillosas y con recuerdos de paisajes llenos de la más increíble naturaleza.

Y he comprado que ese espíritu Wanderlust sigue vivo, deseoso de ampliar la lista de lugares por ver y siempre con la misma ilusión que aquella primera vez.
Viajar es conocer, y conocer es abrir los ojos, mirar con curiosidad lo que hay a tu alrededor. Te invita a absorber lo nuevo con ojos inocentes y a descubrir lo desconocido que hay en cada lugar.
Tener espíritu Wanderlust es querer viajar para llenarte el alma de nuevas sensaciones, para hacerte sentir la emoción del momento…
“El mundo está lleno de cosas mágicas, esperando pacientemente a que nuestros sentidos las perciban”
Willian Butler Yeats
Y tú ¿tienes espíritu Wanderlust?